Habitar en domingo
Miguel Zúñiga
12 – febrero – 2023
Es muy agradable ver el mundo como una habitación en domingo.
Robert Walser
Paseos con Robert Walser
En el afán de dar orden y sentido a nuestra existencia, hemos delimitado las principales dimensiones que configuran nuestro mundo: el espacio y el tiempo. El espacio lo delimitamos principalmente para servir como refugio del habitar humano. La arquitectura y la ciudad son el resultado de dicha delimitación. Por su parte, el tiempo lo hemos medido y fragmentado en unidades como el segundo, el minuto, la hora y el día –la unidad de tiempo más antigua, determinada por el Sol, que da forma a la cotidianidad de la vida, con su repetición constante e incesante–.
La semana, como unidad de medida del tiempo, aparece en el siglo V a.C. entre los judíos 1. Por su parte, el domingo tiene, a grandes rasgos, dos orígenes etimológicos. El más antiguo, del latín Dies Solis –día del Sol–, se deriva de la denominación hecha por los romanos en el siglo III a.C. en la cual cada uno de los días se correspondía con planetas y deidades. Por otro lado, del latín Dies Dominicus, de origen cristiano y atestiguado por primera vez en el año 404 en Roma, establecía este día como el día del Señor 2. En el año 321, Constantino promulgó la Ley del Dies Solis, que instituía el Día del Sol como festividad pública «dies festus». Desde entonces, el domingo se estableció como el día de descanso en la cultura occidental.
La religión católica ha sido un factor importantísimo en la configuración del domingo. Desde el Génesis, el séptimo día de la semana corresponde a un día importante, el día en que Dios descansó y se dedicó a contemplar su creación. También, el Domingo de Ramos que da inicio a la Semana Santa y celebra la entrada de Jesús a Jerusalén, o el Domingo de Resurrección, el día más importante para la Iglesia.
En el siglo XVI, Nicolás Copérnico desarrolló, a partir de la observación, la teoría heliocéntrica. En ella postuló que la Tierra y los planetas del sistema giran alrededor del Sol. Para este momento de la historia, la semana estaría totalmente consolidada como la unidad de tiempo oficial en el mundo occidental. Además, el domingo se habría constituido como el día destinado al descanso, al ocio y a la oración. Desde entonces, el domingo es el inicio y el fin de la semana, es el día distinto, es la pausa cotidiana dentro de la cotidianidad. De esta forma, la correspondencia que existe entre el Sol y el domingo –desde su etimología– es posible encontrarla entre el sistema solar y la semana. Así, como en el sistema solar los planetas giran alrededor del Sol, en la semana los días giran en torno al domingo.
El domingo significa un cambio en la forma de estar y de vivir en el mundo. Es, por ejemplo, el único día que se puede conjugar como verbo. Dominguear es –sin importar sus diferentes connotaciones– una forma de experimentar la vida que está relacionada con la vivencia de los domingos, aunque no suceda durante este día. También, está relacionado con las actividades y lugares que visitamos en domingo, o con la actitud y disposición vital durante estos días. Por ejemplo, en México solemos decir que quien maneja despacio por la ciudad –sin importar el día y asumiendo que el automóvil es una herramienta infalible para acortar distancias y tiempos– viene domingueando. Anteriormente, dominguear era también vestir con formalidad –hoy en día, por lo menos en las ciudades, es totalmente lo contrario–. Además, el domingo se emplea con frecuencia como calificativo para describir todo aquello que es propio del domingo: dominguero, endomingado, disantero. Por ello, el domingo, incluso desde el uso del lenguaje, es un ámbito que circunscribe toda una experiencia distinta de la vida.
La historia y la tradición nos han explicado que los domingos, en nuestra cultura occidental, son los días de descanso. Estos días interrumpimos la rutina y las actividades que determinan nuestra cotidianidad semanal. Los domingos la ciudad parece despertar más tarde. Las mañanas del domingo en la ciudad se asemejan a un escenario sin actores, donde predomina la paz y la tranquilidad, con un aire de melancolía. Solo las mañanas del domingo es posible observar las ciudades en soledad y sin sus habitantes –en este sentido, durante la pandemia, fue como si las ciudades estuvieran permanentemente en domingo–. Descansan sus habitantes, pero también descansa la ciudad. Entre semana, es necesario levantarse temprano para cumplir con una agenda, con un horario, con ciertas responsabilidades. Por lo tanto, las personas se transportan durante el transcurso de la mañana para llegar hasta sus lugares de estudio o trabajo. Por esta razón, las motocicletas, automóviles y distintos tipos de transporte público, encargados del ruido y de la aceleración del ritmo de la ciudad, se ausentan parcialmente los domingos para dar lugar a una ciudad más lenta, menos ruidosa y, por lo tanto, más habitable, desde la percepción del espacio público y desde la experimentación de sus espacios. 3
Los domingos son la pausa cotidiana dentro de la cotidianidad pues aunque no se trate de una rutina de estudio o trabajo, generalmente hacemos actividades que repetimos todos los domingos, por ejemplo, leer el periódico, comprar pan, comer arroz, tener una comida familiar, visitar a los abuelos, ir al partido de fútbol, ir al mercadillo, ir a misa, hacer una visita al cementerio, ir al cine, ir a la playa, hacer una excursión, ir al museo, salir de la ciudad, permanecer en casa o simplemente hacer un paseo o reunión característico de los domingos. Este tipo de actividades, vinculadas al ocio y al descanso, son las que configuran nuestra experiencia del domingo y, por lo tanto, son las que configuran nuestro habitar en la ciudad.
Si nuestra forma de vivir es distinta, por lo tanto, nuestros lugares también lo son. Se transforma la vida y con ella nuestra manera de habitar los espacios. La transformación de la forma de vivir se manifiesta también en la ciudad y en la arquitectura. Por ejemplo, los espacios que más habitamos durante la semana como las escuelas y oficinas, se vacían. En cambio, los espacios dedicados al ocio, el descanso, el entretenimiento y la oración, se convierten en protagonistas.
Habitar, en el sentido de este ensayo, se refiere a la experiencia del mundo desde la permanencia, pero también desde el movimiento. De ahí que el paseo sea un elemento fundamental para comprender nuestra manera de habitar las ciudades y el domingo.
1 Walter Von Wartburg, “Los nombres de los días de la semana” en Revista de Filología Española, Tomo XXXIII, enero-junio, 1949, pp. 1-14, p. 2.
2 Ibid, p. 4.
3 El domingo no siempre se manifiesta en las ciudades de manera positiva. En ocasiones el aletargamiento de las ciudades ha sido aprovechado en detrimento de sus habitantes. Por ejemplo, el domingo 13 de agosto de 1961 se construyó, de manera temporal con alambre de púas, el muro que dividiría a la ciudad de Berlín por los próximos veintiocho años. Hay quien saca provecho, de manera negativa, de que la ciudad duerme.
Este texto es parte de mi Trabajo de fin de Máster titulado La ciudad y el domingo, dirigido por Xavier Monteys y Juliana Arboleda, y presentado en la ETSAB en octubre de 2022.